La lucha entre el BIEN y el MAL

La vida es una batalla permanente. Debemos revestirnos de la armadura de Dios para hacer frente a lo que venga.

Ramiro Alarcón Flor

2/6/20253 min read

green grass field with trees under blue sky during daytime
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LA LUCHA ENTRE BIEN Y EL MAL...

La lucha entre el bien es prácticamente perpetua, y aflora con diafanidad cuando la conciencia de los seres humanos es capaz de distinguirla. La definición de “bien” o de “mal”, no cae en el relativismo, aunque a veces no se puede establecer perfectamente el umbral que los separa. No obstante, hay criterios muy claros para distinguir estos conceptos.

La ética es la ciencia que puede discernir, a través de principios, valores y normas, entre lo bueno y noble, y lo espurio y degenerado. Esta ciencia se encarga del estudio del comportamiento humano y traza los lineamientos para que la conducta humana pueda elegir el buen vivir, la virtud, la felicidad y la realización personal; y de esta manera alinearse por senderos de respeto al bien común y a la dignidad de la persona humana. Sin embargo, los hombres y mujeres que vivimos en este planeta somos muy complejos, y a pesar de saber los caminos éticos por los cuales debemos transitar, decidimos no hacerlo. Nuestro ego desbordado y salvaje nos lleva por senderos opuestos. El poder, el dinero, el placer, -que no son esencialmente antivalores, salvo cuando se radicalizan y toman el control de nuestra vida- muchas veces son fuente de desorden y caos espiritual; el irrespeto a la libertad de los demás, a su autonomía como seres humanos, nos hace cosificarlos y manipularlos. La ambición radical por alcanzar nuestros anhelos -caiga quien caiga- el fanatismo político o religioso que nos nubla la vista y nos lleva al extremismo y al totalitarismo, subordinando a los demás a nuestra ideología, filosofía y creencias es profundamente malsano e inicuo. Todo esto es caldo de cultivo para que se desencadene la guerra: entre el respeto y el irrespeto; entre lo ético y lo inmoral; el equilibrio y el caos; el extremismo y la armonía; los valores y los antivalores; el bien y el mal.

Esta lucha es a muerte, porque el fanático no da tregua, se mueve por el odio, el resentimiento y el ego, el equilibrado no busca la confrontación sino el diálogo; pretende arreglar las cosas con inteligencia y la búsqueda de la verdad, sin embargo, cuando se traspasan ciertos límites, su deber es defenderse y denunciar la corrupción, la mentira y la trampa. Sus medios son ciertamente más humanos, no violentos, pero deben ser firmes. Estos escenarios de guerra se desarrollan todo el tiempo, no son exclusivos de la política o la religión, suceden en la pareja, en la familia, en las organizaciones. Nuestro país está viviendo hoy por hoy varios de ellos.

Los cristianos -ser cristiano es ser continuador de Cristo- no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante la mentira, la injusticia, el irrespeto y la violencia. Debemos tomar partido por la verdad y la equidad. Hay que entrar en la guerra enarbolando la bandera de la paz, la libertad, la dignidad, el diálogo. Habrá que ser considerado con los que están en el otro bando, porque para los cristianos no hay enemigos- son seres humanos -léase hermanos equivocados-, pero eso no significa que no deba haber coraje y firmeza. Los principios morales y éticos se los defiende hasta el final, no se negocian.

La Biblia puede ser definida como el libro que trata profunda y largamente este problema inherente a la vida y a la humanidad. En ella me permito citar a Pablo de Tarso, quien nos da más luz en este tema:

“Fortalézcanse en el Señor, y en el poder de su fuerza, revístanse de la armadura de Dios para hacer frente al enemigo (…) defiendan su posición poniéndose el cinturón de la verdad y la coraza de la justicia de Dios. Pónganse como calzado la paz que proviene de la Buena Noticia a fin de estar completamente preparados. Además, levanten el escudo de la fe para detener las flechas encendidas del diablo, pónganse la salvación como casco, y tomen la Espada del Espíritu, es decir la palabra de Dios”. Efesios 6, 10, 14-17