La Mujer y Jesús

Una interesante reflexión sobre la mujer encorvada. Aún hay mujeres encorvadas en nuestra sociedad.

3/14/20252 min read

woman smiling during daytime
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LA MUJER Y JESÚS.

Aún existen muchas mujeres encorvadas, sometidas, discriminadas.

Ya la Biblia, hace 2000 años a través de Jesús de Nazaret, abogaba por la igualdad de la mujer:

“Había allí una mujer que desde hacía 18 años estaba enferma a causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar del todo. Al verla Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad” Y le aplicó las manos. La mujer en el acto se puso derecha y glorificaba a Dios” Lc. 13,10-17.

“El amor siempre triunfa”-repetía con efusividad Juan Pablo II. Es el amor el que mueve a Jesús a curar la enfermedad de esta mujer. Me lo imagino mirándola, y al ver en sus ojos la soledad, la discriminación, el sufrimiento diario que quema, oprime y denigra, no pudo evitar pasar al lado de ella sin ayudarla. Esta vez no hubo -al menos no lo cuenta la Biblia- un pedido expreso de ella para ser sanada. Seguramente Jesús se dio cuenta que aquella mujer ya no tenía energía, ni siquiera para pedirle al Gran Predicador un milagro. En ella ya no quedaba esperanza, ni fe, ni nada. Veo en los ojos de Jesús, fijos en ella, la caída de una lágrima. La Biblia dice que estaba enferma porque fue sometida por un “espíritu”. Cuánta riqueza hay en esa frase… porque los judíos de aquel tiempo ya entendieron que ni la enfermedad, ni el sufrimiento ni la muerte pueden venir de Dios, porque El es bueno. Deben tener otro origen… Jesús la miró con compasión, y mientras lo hacía, todas las fibras de su cuerpo sintieron esa enfermedad, lo envolvió una solidaridad poderosa; sintió el dolor de ella en su propio ser y tenía que actuar. “Estaba encorvada”, no era solamente un problema de la columna vertebral, era la representación más clara de lo que genera una enfermedad física en la psiquis de una persona, y más aún en una mujer en aquel tiempo. La tuerce, la somete, la denigra, la apabulla. Su dignidad estaba fragmentada, su autoestima difuminada… Jesús no podía permitir que pase por allí sin que sienta su tierno abrazo. “Le aplicó las manos” Me lo imagino, primero abrazándola y transmitiéndole todo el cariño y la solidaridad que llevaba dentro. Luego, orando por ella ante su Padre, el Sumo Amor. Y el milagro se hizo. El amor siempre hace milagros.

Este hermoso pasaje bíblico de aquella mujer, sigue siendo hoy una llamada a las mujeres del mundo -especialmente a las más vulnerables económicamente- a salir de la situación de subordinación de pasividad y de irrelevancia. A romper el mito de la “condición específicamente femenina” que las confina y las despersonaliza.

¡Mujer ponte de pie! Se capaz de sacudir de tus hombros todo aquello que está vulnerando tu dignidad.

Mujer, deja que Jesús te mire. Se repetirá el milagro.